lunes, 13 de noviembre de 2017

CASTRO CALDELAS VEGAN TRAIL (12-11-2017)

He dejado pasar un día para escribir este blog lo más objetivamente posible. He mascullado, digerido y valorado esta experiencia. Dios sabe que siempre intento ver lo positivo de las cosas, peco de soñadora y lucho hasta el final con lo poco que puedo tener. A mis piernas le faltan velocidad pero lo suple mi cabeza, me considero una persona muy fuerte psicológicamente. Mi fuerza reside en mi terquedad por llegar a concluir siempre mi objetivo. Cruzar ese arco de meta era hasta hoy mi gran satisfacción.

¿Os ha pasado alguna vez que el día anterior a un momento fijado os entran dudas? Eso me ha sucedido a mi, tachazlo de sexto sentido o de premonición, no sé muy bien cómo explicarlo. A un día de la fecha las dudas se agolpaban en mi cabeza, llegué a sopesar la idea de no asistir a este trail y quedarme en Ourense para entrenar con la Escuela.
Algo en mi interior me avisaba de que no había sido buena idea apuntarme a este evento, me crecí con la anterior competición, no me asesoré antes de y lo pagué.

Allá vamos, me olvido un poco de todo, me hago la fuerte y arrancamos para Castro Caldelas. Una hora de viaje da para mucho, con la mente en blanco voy admirando los paisajes que se cruzan en nuestro camino. Se echa de menos la nieve, pronto debería de cubrir esos prados como hacía en tiempos pasados. Nos mantendremos a la espera.

Tras la llegada a nuestro destino y la recogida de dorsal... pistoletazo de salida. Allá voy. La idea es disfrutar de la carrera, voy a sufrir pero una vez cogido el ritmo espero ir avanzando y descontando kilómetros. Esa es la idea. Ese era el plan.

Allá voy por los montes de Castro Caldelas, todo lo precavida y reservona que puedo. Me han advertido que la parte final es muy dura. 
Me doy cuenta de la sensación de alegría que supone ver durante varias zonas del trazado a una cara conocida, transmitiéndome fuerzas y ánimos. Esos gritos que propinaba Ale en el medio de la nada, me sacaban de mi ensimismamiento haciendo que se reflejara a modo de sonrisa de oreja a oreja. Cómo lo agradecía. No os podéis imaginar cuánto.
Hasta el kilómetro 16 voy más o menos bien. Hay subidas que tiran de las patas pero las sufro y poco a poco sigo avanzando, me mezclo con gente que está haciendo la maratón, menuda admiración, me parece increíble. ¡Bravísimo! Voy hablando con ellos, los kilómetros pasan y se hace ameno. Corro donde puedo y donde no, voy andando, sin prisa pero sin pausa, todo suma.

Durante aproximadamente tres kilómetros hago dueto con un chico, José. Nos damos cuenta de que vamos de últimos porque nos ha pillado la escoba de la media maratón. No hay mal que por bien no venga, se sabe el recorrido, nos va indicando, la idea de perdernos se desvanece. Incluso sopesa el pronóstico de llegada. Tardaré bastante más que en el anterior trail de Montederramo. Allá vamos el trío que se convertirá en cuarteto a pocos metros al alcanzar a una chica que viene desde nuestro país vecino para deleitarse con nuestros paisajes. Durante muy poco fuimos cuatro para pasar a volver a ser dos. 

Van pasando los kilómetros, último avituallamiento y para arriba. Las piernas van doloridas pero lo que peor llevo son los pies. En esa tremenda subida queman. Y subimos y subimos y seguimos subiendo. Allá por el kilómetro 20 me quedo sola. Ahora se trata de supervivencia, debo fijarme en cada señalización si no quiero perderme. Como ya aclaré al principio me preparé mentalmente para 21 km, una media maratón que supondría se alargaría a 22 km. Puedo con ellos, ya queda nada. Pues no es así. 
A medida que los kilómetros aumentan también lo hace mi angustia. Me desespero. Trato de ser fuerte, me comunico con mi marido que se encuentra en meta esperándome, me anima en esta soledad, casi me abandono a mi desesperación aunque no me queda otra que tirar. Me da fuerzas.
Kilómetro 23,500 y entro en Castro Caldelas, estoy aquí, de vuelta, reconozco la recta... y ahí está en medio de la misma, esperando, tiritando de frío y con una sonrisa mi hijo Miguel, ahí está llenándome de preguntas. Entremezcla de emociones. Alegría y mucha mucha angustia. Veo el arco, Ale gritando como anteriormente, mi hijo pequeño con un abrazo que me supo a gloria y mi marido. 
Dejo de ser fuerte, estoy en sus brazos, me dejo ir. Las lágrimas me invaden y me dejo consolar. No puedo parar de llorar, ha dolido mucho, mucho más de lo que estoy dispuesta a volver a soportar. No ha sido una agradable experiencia, el cuerpo me lo advertía antes de empezar y no le hice caso. 
Ahora toca recuperar y trabajar, trabajar mucho en la Escuela de Trail RunManiak.
La medalla más sufrida.
Agradecer las fotos a:
Ale
Pablo Feijoo
Sindo
Escuela de trail Runmaniak